Pablo Gonzalez

Barcelona en la deportación nazi


El Museu d’Història de Barcelona, en colaboración con Amical Mauthausen, ha dispuesto en la capilla de Santa Ágata una sencilla videoinstalación para recordar y rendir un homenaje a los barceloneses que padecieron la deportación durante la II Guerra Mundial, al hilo del 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis. 

La iniciativa, de una austeridad extrema (¡sin nada más que un video proyectado en una gran pantalla y unas butacas!), muestra hasta qué punto pueden desarrollarse meritorias acciones culturales con pocos recursos, y contrasta vivamente con el despilfarro y la inutilidad de las empresas “patrióticas” organizadas por el Centro del Born.

Desde el principio de la videoinstalación puede verse el destino de los barceloneses que fueron enviados al horror de los campos de exterminio. Algunos pudieron salvarse, y volvieron a la ciudad, pero fueron los menos. Los primeros campos nazis fueron liberados por el Ejército Rojo: los soldados soviéticos llegaron a Majdanek, en las proximidades de Lublin, Polonia, en el verano de 1944. Después, llegaron a Belzec, Sobibor y Treblinka, donde encontraron ese infierno que sigue horrorizándonos tantos años después, y aunque los nazis, ante el rápido avance soviético, intentaron destruir los campos de exterminio, no pudieron hacerlo por completo. 

En Majdanek, los miembros de las SS y los soldados de la Wehrmacht derribaron el crematorio pero no pudieron reducir a cenizas las cámaras de gas, y lo mismo ocurrió en otros Lager. Después, en enero de 1945, la URSS liberó Auschwitz, Birkenau y Monowitz y, más tarde, Stutthof, Sachsenhausen, Ravensbrück. Las tropas norteamericanas y británicas llegaron también, en abril, a Buchenwald, y, después, a Flossenbürg, Dachau, Mauthausen. En todos, esperaban los deportados que habían podido sobrevivir, milagrosamente, al infierno.


La documentación acumulada hasta ahora, revela la cifra de 1.180 ciudadanos barceloneses que fueron deportados a esos campos nazis. 

Las imágenes de la videoinstalación nos devuelven también escenas del pasado siniestro de la ciudad, aplastada por la bota fascista: estremece ver el cine Tívoli engalanado con svásticas en 1943 para celebrar el décimo aniversario de la llegada de Hitler al poder; aprisiona observar a los aviones negros que sembraban la muerte en todo el continente; recorrer en imágenes la Europa de los stalags en 1941; y ver el rostro de otro barcelonés, Francesc Boix, que había documentado los crímenes de Mauthausen, acumulando imágenes en su memoria y declarando contra los jerarcas nazis en el juicio de Núremberg. 

También pasan las postales que pudieron enviar a sus hijos los republicanos que fueron encerrados en campos franceses, donde espiamos las palabras de cariño y la herida soledad de quienes habían tenido que abandonar a los suyos. 

Y vemos ese número, 4534, que le grabaron en la piel a Jaume Álvarez, y que llevó hasta el último día de su vida.

Pueden escucharse algunos retazos de la historia desolada de quienes padecieron el fascismo; de las mujeres de Ravensbrück, como Mercè Núñez, una barcelonesa que pasó por Argelés y Carcassonne, que fue detenida después por la Gestapo y enviada al campo de exterminio. 

Nos interroga la mirada de Mercè Núñez, joven miembro del PSUC que fue ayudante de Pablo Neruda, y que, tras pasar tres años en ese campo de exterminio, logró sobrevivir, y sus ojos nos hablan de la delicada flor de la libertad y del rumor agónico de los tiempos sombríos. 

Tenemos, por fortuna, los libros de deportados que nos hablan de esa memoria del horror, algunos recogidos por el documental, como El carretó del gossos, de Mercè Núñez; y Una nit tan llarga, de Joan Pagès Moret. En Destinada al crematorio, versión castellana de su libro, Núñez cuenta que nunca olvidó la pronunciación de los números en alemán. 

Y reparamos en que muchos de los deportados que volvieron se incorporaron a la lucha contra la dictadura franquista. Guardaron nuestra libertad.


Mauthausen: Construcción de los campos

A Mauthausen, las tropas aliadas llegaron el 5 de mayo de 1945, tres días antes de la capitulación alemana y del fin de la guerra. 

Allí, de los siete mil republicanos españoles que habían sido encerrados, murieron cuatro mil quinientos; muchos, en esa escalera de piedra donde los asesinos de las SS mataban al menor incidente, o lanzaban al vacío a los prisioneros para que se estrellasen en la cantera. Al entrar en los campos de exterminio, todos los deportados tenían un nombre; al salir, sólo eran un número, que llevarían en la piel hasta el final de su vida. 

Cuando liberaron los campos, los soldados soviéticos y aliados encontraron un universo de fantasmas, de hombres y mujeres cadavéricos y, en Mauthausen, una emocionada pancarta de los prisioneros escrita con el último aliento que les quedaba para la libertad: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras».

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